Chilean Pentecostalism and Ecumenism

 

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CYBERJOURNAL FOR PENTECOSTAL-CHARISMATIC RESEARCH #24

 

 

 

"EL MOVIMIENTO PENTECOSTAL CHILENO ANTE LA BUSQUEDA DE UNIDAD CRISTIANA"

 

By Dr. Juan Sepúlveda G.

    

 

El derramamiento del Espíritu Santo con ocasión de la Fiesta de Pentecostés, narrado en Hechos 2: 1-13, que se ha convertido en la experiencia paradigmática para los movimientos pentecostales y carismáticos, tuvo un impacto profundamente ecuménico. Mediante su Espíritu, la palabra redentora de Dios trascendió las barreras lingüísticas, culturales y políticas, permitiendo así que sea escuchada y comprendida por los diversos pueblos o naciones que integraban la ecúmene, la tierra habitada. No se trata de la reversión de la confusión de lenguas de Babel mediante el retorno a una lengua común. Se trata de la maravillosa constatación de que cada cual puede escuchar las buenas noticias, y comunicarse con Dios, en su lengua de nacimiento. Pentecostés es el paradigma de la unidad en la diversidad.

 

Esta dimensión ecuménica o inclusiva de la presencia y acción del Espíritu Santo, parece haber sido claramente percibida y celebrada por líderes y participantes de los avivamientos que dieron origen a los movimientos pentecostales modernos. El pastor afroamericano William Seymour, cuyo ministerio fue instrumental para el famoso avivamiento de 1906 en Calle Azusa, Los Ángeles, escribió lo siguiente:

 

“Si hubiera comenzado en una iglesia elegante, la gente de color y los hispanos no lo habrían recibido, pero, alabado sea Dios, comenzó aquí. Dios todopoderoso dice que derramará su Espíritu sobre toda carne. […] Es notable lo libre que se sienten las personas de todas las nacionalidades. Si un mejicano o un alemán no puede hablar inglés, se levanta y habla en su propia lengua y se siente bastante en casa, porque el Espíritu interpreta mediante su rostro y la gente dice amén. Ningún instrumento que Dios usa es rechazado por causa de su color, su vestuario o su falta de educación”[i].

 

Por su parte Pandita Ramabai, célebre educadora hindú y promotora de los derechos de las mujeres, convertida al cristianismo durante un periodo de estudios en Inglaterra, al reflexionar sobre el avivamiento iniciado en 1905 en sus hogares para niñas viudas, también entendía que se trataba de dejar que el Espíritu Santo inspire un cristianismo enraizado en la cultura local:

 

 “Dejemos que el avivamiento llegue a los indios y se acomode a su naturaleza y sentimientos. Dios los ha creado, y conoce su naturaleza y trabajará en ellos sus propósitos de una manera que puede no corresponder a lo que es habitual según la educación de los occidentales. Llamemos a los ingleses y demás misioneros occidentales a estudiar la naturaleza de los indios, quiero decir, las inclinaciones religiosas y el lado emocional de la mentalidad india. Que ellos no traten de conducir reuniones de avivamiento o ejercicios devocionales en maneras del todo occidentales y conformes con la etiqueta occidental. Si nuestros profesores occidentales y nuestros líderes extranjerizados desean que la obra de Dios se lleve a cabo entre nosotros a su manera, es seguro que la frenarán o echarán a perder.”[ii]

 

En Chile y en América Latina, esta dimensión ecuménica del derramamiento del Espíritu Santo, ahora con una referencia explícita a la reconciliación entre las iglesias separadas, suele expresarse en la letra de una alabanza entonada con frecuencia en cultos unidos de avivamiento, al tiempo que los hermanos y hermanas presentes se dan la mano y abrazan:

 

 “No me importa la iglesia [a la] que vayas, si detrás del calvario tú estás. Si tu corazón es como el mío, dame la mano y mi hermano/a serás”[iii]

 

Sin embargo, en su devenir histórico concreto, los movimientos pentecostales han sido motivo de nuevos cismas y divisiones que han profundizado la fragmentación institucional de la Iglesia de Cristo. Paradójicamente, el desarrollo de una espiritualidad intrínsecamente ecuménica, ha tenido con frecuencia efectos históricos divisivos y contrarios a los propósitos del movimiento ecuménico. El propósito de esta ponencia es examinar las razones de esta situación paradójica, en el caso específico del nacimiento y desarrollo del pentecostalismo chileno.

 

La vertiente norteamericana del movimiento misionero protestante, el movimiento ecuménico en su primera fase intra-protestante (es decir, la búsqueda de cooperación misionera entre las distintas denominaciones o familias confesionales del protestantismo), y el propio pentecostalismo moderno, comparten un antecedente histórico común: el movimiento de santidad inspirado en la teología de Juan Wesley, que dio origen a los grandes avivamientos que marcaron la escena religiosa norteamericana a lo largo del siglo XIX. Las así llamadas Camp Meetings, conferencias interdenominacionales anuales de varios días, realizadas en lugares de camping, fueron el escenario de miles de vocaciones misioneras voluntarias, en un clima litúrgico que anticipó las manifestaciones y expresiones carismáticas que en el siglo XX fueron características de los avivamientos pentecostales. El acento fuertemente escatológico de las prédicas contribuyó a crear un fuerte sentido de urgencia respecto al mandato misionero, sentimiento que pronto se sintetizó en la frase “la evangelización del mundo en la presente generación”, más tarde adoptada como lema oficial de la Conferencia Mundial de Evangelización, celebrada el año 1910 en Edimburgo, Escocia.[iv]

 

Los iniciadores de la obra misionera evangélica o protestante en Chile compartían este sentido de urgencia, y daban por sentada la necesidad de la cooperación entre ellos, sin importar la iglesia a la que perteneciera cada uno. Por poner un ejemplo, la presencia en Chile tanto de la Iglesia “Alianza Cristiana y Misionera” como de las Iglesias Bautistas, tiene un origen común en el trabajo conjunto de tres misioneros voluntarios formados en distintas denominaciones, Henry Weiss, menonita; Albert Dawson, metodista; y William MacDonald, bautista.[v]

 

En el caso de obra metodista en Chile, antecedente directo del nacimiento del pentecostalismo chileno, fue iniciada por una figura que encarnaba plenamente el ethos misionero, ecuménico y voluntarista del movimiento norteamericano de santidad. William Taylor experimentó su conversión religiosa precisamente en una de las mencionadas Camp Meeting. En 1842, a sus 21 años ingresó al ministerio en la Iglesia Metodista en Virginia. Su carrera misionera se inició cuando fue enviado a California en 1849. Su primer contacto con Chile tuvo lugar el mismo año, gracias a una escala en Valparaíso del barco en que viajaba de la costa atlántica a la costa del Pacífico de Norteamérica, vía Cabo de Hornos. Posteriormente fue predicador en campañas de evangelización en distintos lugares de los Estados Unidos y Europa, hasta que en 1870 recaló en el sur de India, donde desarrolló una experiencia misionera más profunda que le llevó a cuestionar los métodos misioneros predominantes, que implicaban trasplantar un modelo inadecuado de arquitectura y organización eclesiástica, haciendo cuesta arriba el camino hacia la autonomía de las iglesias jóvenes. Así, por su cuenta y riesgo, se embarcó en la aventura de revivir lo que entendía como “el método paulino de misión”.[vi] Según Taylor:

 

“Pablo colocó toda la responsabilidad del trabajo y el gobierno eclesiástico en nativos convertidos [al escuchar su predicación], bajo la inmediata supervisión del Espíritu Santo, tan pronto como él y sus experimentados y confiados compañeros misioneros pudieron dejarlos bien organizados, evitando cualquier interferencia foránea. Sus obispos administradores generales fueron nativos de los países extranjeros en los cuáles él había plantado iglesias: hombres tales como Timoteo y Tito.”[vii]

 

Recordando su fugaz paso por Valparaíso en 1849, Taylor se sintió llamado a probar el “método paulino de misiones de sostén propio” en la costa del Pacífico en América de Sur. Entre octubre de 1877 y marzo de 1878 realizó un viaje preparatorio a Perú, Bolivia y Chile, dejando en todos los lugares que visitó comités locales integrados por inmigrantes protestantes. Luego volvió a los Estados Unidos con el propósito de reclutar a sus misioneros y misioneras, en su mayoría laicos participantes en el movimiento de santidad, quienes serían enviados para actuar durante la semana como educadores de niños y niñas de familias de inmigrantes protestantes (actividad que les permitiría sostenerse económicamente), y como predicadores del Evangelio el fin de semana, especialmente en día domingo.

 

Willis Hoover fue uno de los misioneros reclutados por Taylor, un hombre que compartía plenamente la visión y el fervor misionero de su mentor. Inició su ministerio en 1889, en la escuela que se había iniciado en Iquique, The Iquique College, pero los rápidos resultados que obtuvo trabajando para formar una iglesia local metodista, lo llevó pronto a dedicarse completamente a la labor pastoral. En febrero de 1902 fue llamado como pastor de la Iglesia Metodista en Valparaíso. Allí encontró una congregación ávida por profundizar su comprensión y vivencia de la santidad cristiana, lo que lo llevó a iniciar un programa de estudios de los Hechos de los Apóstoles. Según su propio relato de la historia,[viii] fue en el contexto de ese estudio que surgió la pregunta que movilizó la búsqueda espiritual que culminó en el avivamiento pentecostal chileno: “¿Qué nos impide ser una iglesia como la iglesia primitiva?”

 

Hoover convenció a su congregación que el único impedimento radica en las barreras cada cual pone a la acción transformadora del Espíritu Santo, y de esta manera la acompañó en un proceso que llevó a la Iglesia Metodista de Valparaíso a convertirse progresivamente, por lejos, en la mayor congregación metodista del país, y en un centro de avivamiento espiritual, con un gran impacto no solamente en las demás iglesias metodistas del país, sino también en las demás iglesias evangélicas que comenzaban a echar sus raíces en tierra chilena. Hay numerosos registros en las publicaciones evangélicas de la época, de delegaciones de otras iglesias que visitaban la Iglesia Metodista de Valparaíso, y viceversa. De esta manera, comenzó a cumplir una función equivalente a las Camp Meetings norteamericanas, como centro de difusión de una espiritualidad caracterizada por la urgencia misionera y la concomitante cooperación interdenominacional o ecuménica. Tal como en el caso de su antecedente norteamericano, el clima litúrgico de este avivamiento local se caracterizó tempranamente por diversas manifestaciones carismáticas.

 

Hoover relata que el año 1907 les llegó una breve narración del avivamiento de 1905 en India, publicada por Minnie Abrams, misionera metodista que colaboraba en la obra de Pandita Ramabai, quien había sido compañera de su esposa en su proceso de formación misionera en Chicago. Mediante este folleto, Hoover tomó conciencia de que en otras regiones del mundo el pentecostalismo comenzaba a diferenciarse del movimiento de santidad, al reconocer el Bautismo del Espíritu Santo como una tercera obra de la gracia redentora de Dios, además de la Justificación y la Santificación. Desde entonces, el matrimonio Hoover se sumó al intercambio de correspondencia y publicaciones con participantes de los diversos focos del emergente movimiento pentecostal. Sin embargo, la toma de conciencia de ser parte de un “movimiento del Espíritu” de dimensiones mundiales, no parece haber provocado algún cambio significativo en el rumbo de la búsqueda de avivamiento iniciada en 1902. Por lo demás, la motivación para esta búsqueda de avivamiento espiritual se nutrió desde un comienzo del estudio de los Hechos de los Apóstoles, incluyendo el relato de Pentecostés, del que se deriva el nombre del nuevo movimiento.

 

Hasta mediados de 1909, la Iglesia Metodista de Valparaíso era un punto de referencia y modelo para la mayor parte de las iglesias evangélicas que iniciaban su crecimiento en el país, lo que se manifestaba en un permanente e intenso intercambio de visitas, tanto de pastores como grupos de laicos. El pastor Hoover era respetado y admirado, lo que además se evidencia en su nombramiento como Superintendente del Distrito Central de la Iglesia Metodista. Es cierto que para el talante más intelectual de los misioneros presbiterianos, el exceso de ruido y emocionalismo que se manifestaba en los cultos, y las reacciones que esto provocaba en el entorno y, particularmente en la prensa liberal, hacía que sus sentimientos hacia Hoover fueran contradictorios, pero sin dejar de reconocer los resultados de su trabajo. Esto se evidencia con toda claridad en una carta enviada, en enero de 1906, por la misionera presbiteriana Florence Smith a Robert Speer, Secretario de la Junta Misionera Presbiteriana en los Estados Unidos:

 

“Indudablemente nuestra misión en Chile está mucho más adelantada en educación, cultura, recto juicio y sabiduría mundana, que la misión de la Iglesia Metodista Episcopal. En lo personal ellos son todos unos caballeros agradables, pero, oh señor Speer, nosotros carecemos del calor del amor y de la vida espiritual, ¿o es que acaso no sabemos expresar el calor y amor que sentimos? El señor Hoover, misionero metodista episcopal a cargo del trabajo aquí, es un hombre de ideas fijas. […] Tiene una mente estrecha y es incluso fanático, pero yo creo que él verdaderamente puede decir: ‘Una sola cosa hago’, y ‘yo doy todo con tal de ganar a los chilenos para Cristo’. Él es exageradamente orgulloso del sorprendente éxito de su trabajo, lo que para nosotros resulta ofensivo. Hay en todo esto una gran dosis de espuma y exageración y otros defectos fáciles de señalar. Pero a pesar de todo eso, el evangelio es predicado a los pobres.”[ix]

 

Sin embargo, el clima predominantemente favorable hacia el avivamiento de Valparaíso cambió rápidamente en la segunda mitad de 1909, cambio que culminó con su condena y virtual excomunión en la Conferencia de la Iglesia Metodista Episcopal celebrada en febrero de 1910, irónicamente en el propio templo de Valparaíso, por lejos la iglesia local metodista más grande del país. La principal causa de este cambio se ha atribuido generalmente a los incidentes ocurridos el 12 de septiembre, con ocasión de la visita de Nellie Laidlaw, conocida como la hermana Elena, a las principales iglesias metodistas de Santiago. Si bien su viaje a Santiago tenía motivos personales, como era habitual el pastor Hoover le entregó una carta de presentación ante las iglesias de Santiago, para que le den una oportunidad de compartir la experiencia que estaban viviendo en Valparaíso. No es la primera vez que una mujer ha sido utilizada como “chivo expiatorio” para explicar situaciones que tienen causas más profundas y complejas. La pregunta que debe hacerse el historiador es por qué los pastores de Santiago trataron de impedir una práctica que hasta entonces era habitual, provocando así los bullados incidentes de aquel día, señalado por la tradición como el día del nacimiento del pentecostalismo chileno.

 

El año 1903, un año después de la muerte de William Taylor, la Junta Misionera de la Iglesia Metodista Episcopal de los Estados Unidos abandonó oficialmente la política de sostenimiento propio de su misión en Chile.[x] Los pastores William Rice y William Robinson, que no dieron su autorización a la Hna. Elena para hacer uso de la palabra en los cultos del domingo 12 de septiembre, pertenecían a la primera generación de misioneros enviados y remunerados oficialmente por la mencionada Junta Misionera. En los Estados Unidos, por factores que han sido bastante estudiados, pero que no tenemos tiempo para analizar aquí, durante la última década del siglo XIX se había iniciado un proceso que empujó al movimiento de santidad a una situación de marginalidad, dando origen a nuevas denominaciones,[xi] mientras las denominaciones tradicionales, incluyendo por cierto la Iglesia Metodista Episcopal, adoptaban una postura teológica predominantemente liberal y post-milenarista, alineada con el racionalismo de la modernidad. Todo parece indicar que los pastores mencionados, sea que lo hayan hecho por iniciativa propia o por mandato de la Junta Misionera, se propusieron alinear el metodismo local con la nueva postura del metodismo norteamericano.[xii]

 

Desde su función como editor de El Cristiano, periódico oficial del metodismo, el pastor Rice difundió regularmente opiniones críticas frente al avivamiento promovido desde Valparaíso. Uno de esos artículos, publicado el 18 de octubre de 1909 por el pastor Robinson, sostenía que el Espíritu Santo siempre actúa en las personas de una manera racional.[xiii] Pero al mismo tiempo, Rice vetó artículos enviados por Hoover, en los que intentaba mostrar que las experiencias vividas en su iglesia local eran similares a experiencias relatadas en la época de los comienzos del metodismo en Inglaterra, y en los avivamientos del siglo XIX en los Estados Unidos. A lo anterior se sumaron gestiones con las autoridades públicas, con el Cónsul de los Estados Unidos, orientadas a poner límites a los prolongados cultos en la Iglesia Metodista de Valparaíso. Así se creó el clima que contribuyó a que la Conferencia Metodista apruebe una resolución que condenaba las afirmaciones de que el bautismo del Espíritu Santo va acompañado por dones de lenguas, visiones, sanidad y otras manifestaciones, como “anti-metodistas, contrarias a las Escrituras e irracionales”.[xiv]

 

Dicha resolución significó que se formalice el proceso cismático que se había iniciado con los incidentes del 12 de septiembre del año anterior en Santiago. Desde entonces, grupos de miembros de la 1° y la 2° Iglesia Metodista de Santiago que se sentían parte del avivamiento iniciado en Valparaíso, comenzaron a celebrar sus propios cultos, fuera de sus respectivos templos. Aunque Hoover los exhortó a no romper definitivamente la relación con sus pastores, y a seguir buscando un entendimiento que evite la división, la Conferencia Trimestral de la Iglesia Metodista en Santiago, realizada en diciembre de 1909, resolvió romper toda relación oficial con ambos grupos. Representantes de ambos grupos llegaron hasta la Iglesia de Valparaíso durante el desarrollo de la Conferencia nacional, con la esperanza de ser escuchados, pero la mencionada resolución fue tomada sin haberlos escuchado previamente, frente a lo cual entendieron que el cisma era inevitable.

 

Respecto a la situación del pastor Hoover, la Comisión que abordó el tema durante la Conferencia le ofreció una salida diplomática: que viaje a los Estados Unidos haciendo uso de un año sabático. Hoover decidió aceptar dicha propuesta, con la esperanza de que eso le daría la oportunidad de presentar una defensa o apología del avivamiento ante las autoridades centrales de la Iglesia Metodista. Sin embargo tras el término de la Conferencia, los miembros de la Junta de Oficiales de la Iglesia de Valparaíso decidieron renunciar a la Iglesia Metodista, y solicitaron a Hoover permanecer en Chile y continuar como su pastor. Luego de un periodo de reflexión personal y familiar, el 17 de abril, Hoover leyó ante la congregación de la Iglesia Metodista de Valparaíso su carta de renuncia, en la que declaraba que no se separaba de Wesley ni del metodismo, “sino sencillamente del gobierno de la iglesia, por causa de la conciencia”[xv]. El 25 de mayo el grupo separado de Valparaíso se organizó con el nombre ‘Iglesia Metodista Pentecostal’, con Willis Hoover como su pastor. Dos semanas más tarde, habiéndose informado de la renuncia del grupo de Valparaíso, los dos grupos de Santiago deciden unirse a éste, e invitar al pastor Hoover a asumir como Superintendente de la nueva Iglesia.[xvi]

Por lo tanto, el cisma que dio origen a la primera iglesia organizada del pentecostalismo chileno, a su vez la primera iglesia protestante nacionalizada desde el punto de su gobierno y financiamiento, tuvo lugar paradójicamente el mismo año en que se celebraría la Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo, unánimemente considerada como el punto de partida del movimiento ecuménico del siglo XX. Aunque la situación religiosa de América Latina no fue parte de la agenda oficial de dicha Conferencia – excepto por la situación de poblaciones indígenas o minorías étnicas supuestamente no evangelizadas,[xvii] extraoficialmente se gestó el acuerdo de organizar una reunión especialmente dedicada a las misiones en América Latina, lo que se concretó mediante el “Congreso sobre la obra cristiana en América Latina,” realizado en febrero de 1916 en Panamá.[xviii] El mes siguiente se celebró en Santiago una “Conferencia Regional” en seguimiento del Congreso de Panamá, aprovechando el retorno de la delegación chilena y la escala de las delegaciones del Río de la Plata para reunirse con el liderazgo de las iglesias evangélicas chilenas. En un informe local presentado ante esta Conferencia por los pastores Ezra Bauman y Philip Walker, se encuentra la siguiente afirmación sobre el reciente movimiento pentecostal chileno, la que aporta valiosos elementos para nuestro análisis;

 

 “Entre las iglesias protestantes chilenas se han levantado tres movimientos separatistas independientes. [...] El último corresponde al llamado movimiento pentecostal, en el cual el pastor de una de las iglesias más grandes, un misionero, lamentablemente se dejó llevar por un desequilibrio en lo religioso y ser sobrepasado por fanáticos ignorantes y a veces maliciosos. [...Este movimiento] arrastró a un gran número de gente sincera y se ha esparcido a través de dos tercios del país. Ha sido enteramente autosuficiente y durante sus seis años de existencia ha mantenido un ardiente entusiasmo que le ha permitido sobrevivir. Este movimiento, más que todos los otros, muestra que existe la necesidad de una instrucción más profunda de nuestros miembros en las doctrinas fundamentales del cristianismo y una interpretación más establecida de las Escrituras.”[xix]

 

Aunque Hoover y quienes participaban del avivamiento parecen haber realizado mayores esfuerzos para evitar la división que sus oponentes, el informe califica como “separatista” al naciente movimiento pentecostal. Mediante el uso de ese calificativo lo coloca fuera del conjunto de las “iglesias protestantes chilenas”, lo que además implica que el pentecostalismo no estaba invitado a ser parte de la mesa de conversaciones del emergente movimiento ecuménico. No obstante, el párrafo revela sentimientos encontrados, al reconocer el crecimiento “autosuficiente” y el “ardiente entusiasmo” del movimiento pentecostal, virtudes centrales desde la perspectiva del método misionero que William Taylor se había propuesto validar en Chile. Es notable la forma aún más explícita en que el pastor Roberto Elphick, delegado de la Iglesia Metodista ante el Congreso de Panamá, dejó entrever en una de sus intervenciones sus sentimientos encontrados respecto al avivamiento pentecostal y su separación del metodismo:

 

 “La segunda gran necesidad de nuestro trabajo organizado es un tremendo avivamiento que traiga el poder del Espíritu Santo a nuestros corazones. Nosotros tenemos una espléndida maquinaria, pero no suficiente poder para moverla.”[xx]

 

Paradójicamente, al pastor Elphick, que unos años más tarde fue nombrado como el primer obispo de la Iglesia Metodista en Chile y Perú, le correspondió presidir la Comisión de disciplina que formuló las acusaciones contra Hoover y, por lo tanto, contra el avivamiento pentecostal, en la Conferencia de 1910. Elphick, chileno de ascendencia inglesa, se había iniciado en el ministerio pastoral como “obrero nativo” de la Misión Presbiteriana, pero en 1905 pidió su traslado a la Misión Metodista, aparentemente atraído por el estilo más fogoso del culto y la predicación metodista,21 cuando todavía lo que ocurría en la Iglesia de Valparaíso era visto como un modelo para las demás iglesias metodistas chilenas.

 

Lo que he denominado sentimientos encontrados, parece confirmar nuestra interpretación de que la condena del avivamiento fue el resultado de un cambio de rumbo en el metodismo chileno, impulsado por una nueva generación de pastores enviados por la Junta Misionera. Fue este cambio de rumbo el que causó la separación del movimiento pentecostal, lo que al mismo tiempo lo dejó fuera del emergente movimiento de cooperación misionera, que fue la primera fase del movimiento ecuménico en América Latina.

 

Está claro, por otra parte, que de haber sido invitado a participar en las actividades organizadas por el movimiento de cooperación, el pastor Hoover habría rechazado semejante invitación. Él estaba convencido que, salvo por algunas situaciones puntuales que fueron analizadas y desechadas, la forma en que se dio el avivamiento iniciado en la Iglesia de Valparaíso se mantuvo dentro de los márgenes de la tradición del movimiento de santidad, y en particular, de las enseñanzas de Juan Wesley. Sin embargo, sus argumentos no fueron escuchados cuando la Conferencia Metodista abrió un proceso disciplinario en su contra, lo que le llevó a la dolorosa conclusión de que tal proceso era una mera formalidad para llevar a cabo una decisión ya tomada de poner freno al avivamiento. Esto marcó de manera definitiva su posición negativa respecto a cualquier intento de restablecer la comunión entre las iglesias separadas, posición que ulteriormente fundamentó mediante su interpretación de las Escrituras y de la historia eclesiástica.

 

Su postura al respecto la desarrolló y difundió en un artículo titulado “Ecclesia-Iglesia” publicado inicialmente como Editorial del periódico Chile Pentecostal, y posteriormente como anexo en su Historia del avivamiento pentecostal en Chile. A partir de su análisis de la etimología del término explica que ecclesia se refiere a un grupo “llamado o escogido afuera de alguna compañía más numerosa”, lo que ilustra con el llamado de Dios a los israelitas a constituirse en su pueblo según el Antiguo Testamento, y con el llamado a los discípulos de Jesús a constituirse en la Iglesia de Cristo, tras el rechazo de la mayoría del pueblo judío, según el Nuevo Testamento. Así, a lo largo de la historia del cristianismo, los procesos de reforma o avivamiento se han producido para purificar una iglesia que se ha contaminado, como fue el caso del nacimiento del metodismo. Pero lo ocurrido en 1910 mostró que el metodismo, en lugar de conservar su pureza, se contaminó al buscar la unidad con las otras iglesias. Para evitar repetir ese ciclo, el emergente movimiento pentecostal debe:

           

 “…entender que hemos sido llamados afuera de la iglesia donde estábamos, - no para ser otra igual a la que dejamos […] - sino para ser separada, apartada de ella y de las cosas de que ella hoy adolece. Todo roce de aquellos que apocan, o que descreen lo que a nosotros es precioso, no puede tener otro efecto sino debilitarnos y después contaminarnos.”[xxi]

 

Si bien este párrafo da cuenta de una toma de posición teológica, la referencia a “aquellos que apocan o que descreen lo que para nosotros es precioso” deja entrever un componente importante de reacción emocional, de dolor y resentimiento por el trato recibido, que luego se racionaliza en una toma de posición doctrinal. Los abundantes testimonios de la época evidencian que ese sentimiento era compartido por la primera generación de pentecostales chilenos. Podemos concluir, por lo tanto, que la postura anti-ecuménica del temprano pentecostalismo chileno fue, más bien, una respuesta a su exclusión del círculo de las iglesias protestantes o evangélicas presentes en Chile. La situación no fue muy distinta en el caso del pentecostalismo norteamericano y mundial.

 

No tenemos tiempo de analizar aquí las razones por las cuales el movimiento pentecostal chileno no pudo mantener su propia unidad, fragmentándose en numerosas corporaciones pentecostales. Pero si es importante señalar que la vocación de Hoover por preservar la separación, renunciando de antemano a cualquier acercamiento a otras iglesias, se ha mantenido como la posición predominante de la Iglesia Evangélica Pentecostal. Esta es la iglesia que Hoover lideró hasta su muerte tras la primera gran división del pentecostalismo chileno.

 

En cambio, otras corporaciones pentecostales en las que la influencia de Hoover en este punto específico se fue debilitando, se abrieron paulatinamente a la relación con otras iglesias. Pero, como es de suponer, este cambio fue posible en respuesta a un cambio previo en la opinión sobre el pentecostalismo chileno de líderes de otras iglesias, y el particular en el liderazgo del movimiento de cooperación ecuménica. Ya he citado una opinión del pastor Roberto Elphick, que a 6 años del cisma, dejaba entrever cierto remordimiento. John Mackay, misionero y académico escoses y uno de los más influyentes intelectuales del movimiento de cooperación, fue el primero en explicitar esta reevaluación del pentecostalismo chileno en un párrafo de su libro El otro Cristo español, cuya primera edición en inglés fue publicada en 1933:

 

 “En un principio, [las reuniones del movimiento pentecostal] se caracterizaban por fenómenos extravagantes. En los nuevos convertidos se desarrolló, con todo, una pasión religiosa incandescente, y el movimiento se extendió por ciudades y aldeas con sorprendente rapidez. Al tiempo de escribir estas líneas sus adherentes suman entre diez y quince mil, o sea más del doble de los de las iglesias metodista y presbiteriana del país. Quienes han estudiado de cerca este movimiento dicen que ha producido en sus miembros el más elevado tipo de moralidad. Habiendo comenzado entre los parias de la sociedad, ha ido alcanzando a personas situadas cada vez más alto en la escala social. Los fenómenos extravagantes tienden a desaparecer de sus reuniones, y sus miembros, sin perder por ello nada de su celo incandescente por salvar otras vidas, se han hecho más normales en su experiencia emotiva y más dispuestos a cooperar con los colegas cristianos de otros grupos en aquello que es de interés para la causa común.”[xxii]

 

Esta cita sugiere que ya a los inicios de la cuarta década del siglo XX se dieron los primeros contactos entre los promotores del movimiento de cooperación y algunos líderes pentecostales chilenos, lo que abrió el camino para en 1941, cuando se constituyó el Concilio Evangélico de Chile (CEC) con ocasión de la visita a Chile de John Mott, prominente ecumenista laico metodista, entonces Presidente del Consejo Misionero Internacional, algunas de las nacientes corporaciones pentecostales se contaron entre las 26 iglesias que se afiliaron a la que fue la primera entidad evangélico-ecuménica en Chile.

 

La pertenencia al CEC también facilitó la pionera participación de pentecostales chilenos en conferencias evangélicas latinoamericanas. El primero fue el pastor Francisco Anabalón, de la Iglesia Pentecostal Apostólica, quien integró la delegación chilena ante la 1° Conferencia Evangélica Latinoamericana (CELA I), celebrada en Buenos Aires en 1949[xxiii]. El número de iglesias pentecostales representadas aumentó en las siguientes conferencias, y en CELA III (Buenos Aires, 1969), el mismo Anabalón y el obispo Enrique Chávez, de la Iglesia Pentecostal de Chile, fueron responsables de ponencias plenarias[xxiv]. En 1961 el Consejo Misionero Internacional se fusionó al Consejo Mundial de Iglesias, con ocasión de su 3° Asamblea celebrada en Nueva Delhi, India. El CEC era la entidad chilena afiliada al Consejo Misionero Internacional, lo que permite entender cómo se preparó el camino para que dos de sus iglesias pentecostales miembros, la Iglesia Pentecostal de Chile y la Misión Iglesia Pentecostal, fueran en la misma ocasión recibidas como las primeras iglesias pentecostales miembros del Consejo Mundial de Iglesias.

 

Este hecho causó revuelo en el pentecostalismo mundial.[xxv] En Norteamérica, el sector que primero se abrió al establecimiento de contactos con las iglesias pentecostales fue el fundamentalismo, estableciendo un tipo de alianza antiecuménica, sobre todo teniendo que en cuenta el sector del protestantismo más activo en el movimiento ecuménico tenía una postura teológica liberal, es decir, abierta al diálogo con la modernidad. Por lo tanto, el proceso que hemos descrito brevemente constituyó a un sector del movimiento pentecostal chileno en pionero de la participación pentecostal en el movimiento ecuménico. Cuando el impacto de los documentos del Concilio Vaticano II sobre ecumenismo comenzó a sentirse en Chile, por lo demás en un periodo histórico muy convulsionado que resultó ser un factor favorable al desarrollo de iniciativas ecuménicas,[xxvi] un grupo de iglesias y líderes pentecostales fue desde un comienzo partícipe de las emergentes relaciones católico-protestantes en nuestro país. Pero esa es una nueva etapa cuyo análisis dejamos para otra oportunidad.

 

 

 

[i] Citado por Steven Land (Pentecostal Spirituality. A passion for the Kingdom. Sheffield: Sheffield Academic Press, 1993, p. 17), de The Apostolic Faith 1.3 (1906) p.1

[ii] Citada por Shamsundar Manohar Adhav. Pandita Ramabai. Madras: The Christian Literature Society, 1979, p.217.

[iii] “Corito” de autoría no identificada, muy popular en Chile en los 1970s. A juzgar por Internet se sigue cantando en distintos lugares de América Latina.

[iv] Cf. William R. Hutchison. Errand to the World: American Protestant Thought and Foreign Missions. Chicago: Chicago University Press, 1987.

[v] Juan Sepúlveda. De peregrinos a ciudadanos: Breve historia del cristianismo evangélico en Chile. Santiago: Konrad Adenauer-Comunidad Teológica Evangélica de Chile, 1999, pp. 8390.

[vi] Cf. David Bundy. “The Legacy of William Taylor”, en International Bulletin of Missionary Research. Octubre 1994, 172-176.

[vii] Ten Years of Self-supporting Missions in India. New York: Phillips & Hunt, 1882, p. 66.

[viii] Willis C. Hoover. Historia del avivamiento pentecostal en Chile. Valparaíso: Imprenta Excelsior, 1948.

[ix] Citada por J.B.A.Kessler. A Study of the Older Protestant Missions and Churches in Peru and Chile. Goes: Oosterbaan & Le Contre N.V., 1967, p.105.

[x] Cf. Goodsil F. Arms. History of the William Taylor Self-Supporting Missions in South America. New York: Methodist Book Concern, 1921.

[xi] Cf. Vinson Synan. The Holiness-Pentecostal Tradition. Charismatc Movements in the Twentieth Century. Grands Rapids: W.B.Eerdmans Publishing Co, 1997.

[xii] Si se toma en cuenta que William Robinson ya había estado en Chile entre 1883 y 1889, como uno de los primeros misioneros reclutados por Taylor, todavía en pleno auge del movimiento de santidad, y que durante el primer semestre de 1909 no se había opuesto a que grupos de su iglesia visitaran la iglesia de Valparaíso acompañados por su ayudante, Víctor Pavez Toro, su aparentemente repentina y relevante participación, junto a William Rice, en la estrategia para poner freno al avivamiento sugiere un posible mandato oficioso de la Junta  Misionera.

[xiii] En su artículo Robinson también hizo referencia la opinión generalmente aceptada por la tradición teológica occidental desde Juan Crisóstomo (siglo IV), a saber, que los carismas fueron dones otorgados temporalmente y exclusivamente a la Iglesia Primitiva, para fortalecerla en su periodo fundacional. Es interesante notar que Lutero y Calvino mantuvieron esa opinión tradicional (Cf. José Comblin. El Espíritu Santo y la liberación. Madrid: Ediciones Paulinas, 1986, pp.54-58), pero Juan Wesley, el padre del metodismo, parece haberse apartado de dicha tradición, aceptando la posibilidad de que tales carismas sean recibidos con posterioridad al periodo apostólico (Cf. Donald Dayton. Raíces teológicas del pentecostalismo. Buenos Aires: Nueva Creación, 1991, pp.25ss).

[xiv] Willis C. Hoover. Op.cit. p.62.

[xv] Ibid, p. 74.

[xvi] Luis Orellana. El fuego y la nieve. Historia del movimiento pentecostal en Chile: 19091932. Concepción: CEEP Ediciones, 2006, p.36.

[xvii] Cf. World Missionary Conference, 1910. Report of Commission 1: Carrying the Gospel to all the Non-Christian world. Edinburgh and London: Oliphant, Anderson & Ferrier, Volume I.

[xviii] Committee on Cooperation on Latin America. Panama Congress on Christian Work in Latin America. New York: The Missionary Education Movement, 1917, vol.I.

[xix] Committee on Cooperation on Latin America. Regional Conferences in Latin America. New York: The Missionary Education Movement, 1917, p.101.

[xx] Committee on Cooperation on Latin America. Op.cit. vol. I, p.222. 21  Cf. Kessler. Op.cit. p.63.

[xxi] Hoover. Op.cit.  p.110.

[xxii] El otro Cristo español. México – Buenos Aires: CUPSA – La Aurora, 1988, p.257.

[xxiii] A.F.Sosa, L.E.Odell y J.Quiñones (eds.). El cristianismo evangélico en América Latina. Primera Conferencia Evangélica Latinoamericana, Buenos Aires, Julio 1949. Buenos Aires: La Aurora, 1949.

[xxiv] CELA III. Deudores al mundo. Informes - Comentarios de la III Conferencia Evangélica Latinoamericana. Montevideo: UNELAM, 1969.

[xxv] Cf. Walter Hollenweger. El pentecostalismo. Historia y doctrina. Buenos Aires: La Aurora, 1976, pp. 441-455.

[xxvi] Cf. Juan Sepúlveda. “La defensa de los derechos humanos como experiencia ecuménica”, en Persona y Sociedad, Vol. XVII, N° 3, 2003, pp. 21-28.